Italia, los detalles
El secreto de la vida reside en los detalles.
Me enamoré de Italia. Y no por sus monumentos, sino por sus dorados.
No has visto la luz hasta que te enfrentas al verano de Italia. Es un lugar mágico, de esos que convierten lo cotidiano en puro arte. Es cuando la luz surca el suelo, formando líneas rectas de dorado y negro, cuando adviertes cómo un loco cruza en Vespa la plaza, con un gato en el regazo, un cigarro encendido en la mano que proyecta el acelerador y el casco cubriendo el codo del brazo que saludo a la chica asomada a la ventana del sexto derecha.
Y ves, que en la vida, lo importante son los detalles. Porque son recuerdos que quedan.
De ahí nace el romanticismo. Allí es donde nace la nostalgia. De recordar un momento y saber que por mucho que te esfuerces, no lo vas a volver a tener delante. Quizá por eso me enamoré de Italia, porque ella es una fotografía. Un recuerdo. Una vida que no pudo quedarse quieta.
Mi añoranza por el recuerdo, mi remordimiento. Eso lo convierte en presente, por mucho que me pese entenderlo. El presente lo pierdo calculando el recuerdo.
Aprieto los puños ante mi desesperanza, ante mi miedo a perder el momento. Pero es que no somos más que cautivos de nuestro pasado. Ese pasado que recordamos con anhelo pese a que vivimos un presente envenenado por sufrimiento futuro. Ahí reside el detalle de vivir. En hacerlo a día de hoy, sin importar el pasado, para no recordarlo en el futuro. Porque como le explican a los tontos como yo, el tiempo solamente es tiempo cuando lo podemos comparar.
Y con qué lo comparamos sino con el tiempo que ya hemos vivido. Pues el tiempo es relativo. Y yo esto lo aprendí, no sin esfuerzo, puesto que las instrucciones estaban en italiano y tuve que descifrarlas, porque como todo el mundo sabe, los enamorados hablan en otro idioma.
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