El vuelo en pareja
En el pueblo ya no quedan palomas. Los niños ya no vienen a darnos de comer y nosotras acabamos por no visitar la plaza.
Son tiempos duros para nosotras, las palomas de pueblo, con nuestra plaza y nuestro sol, vivíamos felices. Pero hace ya algunos años que hemos tenido que ir dejando las comodidades del pueblo para irnos a la estresante ciudad.
No es un cambio fácil. Para ganarse la vida en la ciudad tienes que sortear a mucho malhumorado y muchas veces no te sientes más acompañado porque haya más palomas cerca. La verdad es que una paloma en la ciudad no encuentra nunca su sitio.
Vaya por delante que soy una paloma proactiva. Que no quiero hacerme la víctima. Al contrario, lo que quiero comentar aquí es que la vida es complicada para todos, y que de hecho, nuestra misión en ella es el mismo para todos, vivir.
Todas las tardes, después de un largo día de trabajo, me gusta sentarme en la farola tercera del parque Conde Duque. Es un parque bastante transitado al atardecer, hay muchas personas que suelen sentarse en los bancos de poniente a tomarse la merienda con los niños. La mayor parte de las veces, los niños se dejan los bordes del bocata y éste acaba en el suelo. Es el momento perfecto para salir y comer algo antes de ver el atardecer sobre mi farola favorita.
Trabajo en la obra de un nido en el parque Norte. El nido terminará de construirse para mediados de noviembre, cuando el invierno comience a echar a los niños de los parques y nos deje sin la última comida del día. Será entonces cuando todas las palomas del parque nos mudaremos a los tejados de la iglesia del barrio. Allí se está mejor en esta época del año porque al ser un edificio relativamente bajo, está bien resguardado de las lluvias y del frío gracias a los edificios cercanos.
Y bueno, a lo que iba, que me caliento hablando y no hay quien me pare. En esta farola, la tercera desde la salida del metro, es donde mejor se ve el atardecer. Es una farola de unos tres metros de altura y es la última farola del barrio capaz de ver morir al sol cada tarde.
Es el mejor momento del día, ya que el cielo se ve rosa y los horizontes pierden el sentido. Me recuerda a la plaza de mi pueblo, tan lejano estos días. Me recuerda a las pipas de los viejos con su ajedrez y sus cartas de verano.
Hace un par de semanas, una paloma blanca ha comenzado a posarse sobre la farola contigua a la mía. Desde hace dos semanas no he sido capaz de centrarme en los rojos atardeceres ni en las migas de pan restantes en los bancos. Hace dos semanas que estoy en blanco, como el plumaje de la princesa que habita mis sueños desde que se posara en la farola de enfrente.
¿Cómo será el vuelo en pareja?
Me pregunto, cómo será el vuelo en pareja.
No me queda más que invitar a mi compañera a acompañarme, porque desde mi farola, el atardecer es mucho más bonito.