El cielo de mi abuelo
Apenas recuerdo su sonrisa. Es curioso cómo los caprichos de la mente te hacen recordar únicamente lo que se antoja innecesario.
Era una mañana de verano, mi abuelo y yo bajábamos las escaleras camino al garaje. Era una de esas mañanas que nos escapábamos los dos en busca de aventuras y libertad. Mi abuelo, en mitad de las escaleras, se giró y dio un grito.
– ¡Cielo! nos vamos
Es de esas cosas que recuerdas. Que no tiene sentido, porque fue una conversación de lo más natural. Apenas recuerdo el paseo en moto, ni a los perros. Pero recuerdo perfectamente a mi abuelo gritando esa frase, desde aquellas peligrosas escaleras que aterraban a cualquier niño debido al afilado de sus vértices y la falta de barandilla.
Mi admiración por mi abuelo era enorme. No conocía a nadie como él y desde luego creo que no lo haré nunca. La frase se me quedó grabada para siempre. Cielo.
Yo terminé de bajar las escaleras y le pregunté por aquel cielo al que se refería. Me dijo, no sin antes mirarme con cierta ternura, que ese cielo era mi abuela.
Seguía sin entender nada.
– ¿Mi abuela es el cielo?
– Claro, ¿quién iba a ser si no?
Desde aquel entonces, el cielo dejó de ser lo que nos cubría la cabeza a ser lo que para mí es hoy. Una muestra de amor enorme, que mi abuelo le regaló a mi abuela. El cielo de mi abuelo.
Es curiosa la memoria, porque me gustaría recordar el paseo en moto, las zarzas y las moras, la tarta y el tazón de colacao.
Pero quizá ese sea el recuerdo que mi abuelo quería para mí. Que él vivió para mi abuela y que siempre que mire al cielo les recordaré a los dos. En el cielo de mi abuelo.