La nubes encerradas
Todas las nubes son susceptibles de ser encerradas.
Desde que era joven, la nube blanca quiso volar por encima de las montañas. Su sueño era sobrevolar los mares, encontrar la entrada a tierra y trepar por las laderas que rodeaban los ríos más caudalosos. Quería llegar a ser quien tapase y resguardase a las nieves.
Unos sueños enormes para su pequeña envergadura.
Quiso volar desde pequeñita, más allá de sus congéneres. Quería ir a sitios nuevos, sentirse libre y verse por encima de todos. Lo que más quería era viajar y descubrir sitios nuevos. No buscaba riquezas ni grandes recompensas, solamente ser feliz.
Los viejos temían su osadía, les parecía extraña y fuera de lugar. Auguraban, y no sin conocimiento, que a ese paso tardaría poco en convertirse en lluvia. Lo que no entendían los ancianos era que esta nube blanca era distinta, que estaba tocada por la naturaleza para hacer cosas que ninguna otra nube pudo jamás soñar. La belleza con la que había sido bendecida le permitía flotar sin mayor esfuerzo.
Al sentirse incomprendida en su océano, la nube blanca decidió arriesgarse y partir camino a tierra. Al vislumbrar las fronteras que marcaban el final de los mares, tomó un respiro para reflexionar sobre su viaje, pero pese a los ruegos de su miedo, no cedió y continuó con su esfuerzo. En el trayecto a tierra había ganado volumen, cientos de gotas de otras nubes se habían adherido a ella, conscientes de la valentía y la enorme suerte que correrían al conocer tierra y ser los primeros en sobrevolarla.
Lo primero que notó la nube al llegar a tierra fue calor, como si el sol estuviera sobre ella y centrase todas sus fuerzas. Pero en este caso el calor era doble, reflejado por la superficie terrestre. Todo era demasiado extraño, había tal variedad de colores que confundían a la pobre nube, que en su asombro comenzó a marearse. Cuesta creer que pudiera alguien como ella marearse sin mar. Tal era su mareo que perdió el conocimiento, fue solo por un momento, pero suficiente como para que al despertar, la tierra se hubiera comido sus sueños.
El mal despertar
No encontraba la forma de interpretar lo que estaba pasando, la nube blanca despertó rodeada de muchas nubes, de todos los tonos de gris, era como si Ilford hubiera vestido el mundo. Nada tenía sentido.
Tras un largo rato dando vueltas sobre si misma, se atrevió a acercarse una pequeña nube de un gris muy oscuro. Parecía triste, desolada… era una nube vieja, de las que únicamente piensa en llorar y acabar desapareciendo.
La sospecha de que se acercaba al final de su vida hacía que esta nube fuera mucho más directa.
– Eres una nube encerrada – dijo – no te preocupes, al principio cuesta entenderlo, pero te acostumbrarás.